¿Por qué es tan importante experimentar? Porque la experimentación es la forma natural de validar o invalidar suposiciones. ¿O acaso no experimentamos derrota tras derrota hasta alcanzar el éxito? Para lograrlo, es necesario subir una larga escalera con la que a veces tropezamos, si bien, en lugar de abandonar, debemos meditar con el fin de evaluar lo alcanzado, hacer las pausas necesarias y, de esta manera, alcanzar el siguiente escalón que nos permita abrazar la sucesiva fase evolutiva.
Hasta la salida de Wolfenstein: The New Order, la saga de videojuegos desarrollada originalmente por Muse Software allá por el año 1981, ha sido una constante en lo que a experimentos se refiere. Por suerte, MachineGames dio con la tecla haciendo de este nuevo comienzo el siguiente paso lógico de como revitalizar una franquicia que, por momentos, ha estado en un segundo plano. Una evolución que ha pasado por una serie de iteraciones y que nos lleva hasta este Wolfenstein: Youngblood. Sangre nueva para refrescar una vez más una franquicia, ahora en estado de gracia, que va más allá de la inclusión de dos nuevas partes protagónicas.
B.J. Blazkowicz y su protagonismo recurrente desde el ya lejano Wolfenstein 3D pasan a un segundo plano en pos de ceder el testigo a sus dos hijas: Jessica y Sophia. En esta deconstrucción del héroe, mitad americano, mitad judío, hemos visto algo más que una máquina de matar nazis y un mero cliché repetitivo que vive en un mundo que no está pasando por su mejor momento. Nuestra curiosidad por adentrarnos en su psique con el fin de averiguar su forma de ser nos llevó a conocer a un personaje humano, una faceta que iba in crescendo a medida que interactuábamos con el resto de personalidades partícipes.
Ahora partimos desde la línea de salida inicial con dos jóvenes que, más allá de su afán por encontrar a su padre desaparecido, quieren estar a la altura de la leyenda Blazkowicz. La peligrosa imprudencia de las jóvenes no conoce límites. Y además de su inexperiencia y vulnerabilidad, son propensas a cometer errores. Pero también se atisba un intento de crecimiento a lo largo de la aventura. ¿Y qué mejor forma hay de representar ese crecimiento que incluyendo un sistema de niveles que nos permita aprender nuevas habilidades como un RPG al uso? Por desgracia, este intento se ve lastrado desde un punto de vista narrativo por culpa de unos escenarios que nos invitan, y obligan, a ser recorridos en numerosas ocasiones. ¿Con qué fin? Realizar caminatas maratonianas para cumplir con los encargos que recibimos y también una forma de alargar de forma artificial la vida útil del juego.
Desde un punto de vista mecánico funciona, relativamente hablando. Sin embargo, las dos anteriores iteraciones, aunque cargadas de acción, tienen un peso fuerte en la narrativa. No reparan en gastos a la hora de desarrollar a sus personajes y hacer énfasis en una Alemania nazi salvajemente satirizada. Wolfenstein: Youngblood, en cambio, no pasa de ofrecer unas pocas escenas contextuales cuya máxima es la de dotar de personalidad a las hermanas Blazkowicz. Y no es tanto el hecho de que sean pocas, sino que quedan tan diluidas a lo largo de la historia que al final invisibiliza el porqué de nuestros actos. Sí, matar nazis es igual de satisfactorio que en pasadas entregas, pero no nos dan tantos motivos para llevar a cabo estas prácticas.
¿Y por qué antes se ha hecho énfasis en el factor rejuvenecedor? Porque la participación de Arkane Studios, desarrolladora francesa responsable de videojuegos como Dishonored, no es algo baladí ni casual. El apartado artístico de sus juegos, una apuesta sempiterna para con el steampunk, bebe de forma abundante de las ciudades europeas más emblemáticas. Y que Wolfenstein: Youngblood tome para sí un París distópico en pos de desarrollar la práctica totalidad de sus acontecimientos, no es sino una forma de tener carta blanca para que el estudio francés dé rienda suelta a lo que mejor sabe hacer. De todas maneras, se nota que estamos ante un título que reúne la personalidad artística de ambas desarrolladoras para hacer realidad una visión del diseño de la década de los 80 muy demoledora.
¿Qué otra cosa sé nos viene a la cabeza cuando pensamos en las aventuras de Corvo y cía? Unos niveles que impresionan por lo orgánicos y naturales que se sienten, y no meros mapas que no invitan a ser explorados en todas sus posibilidades. Sí, las aventuras protagonizadas por B.J. Blazkowicz también podían ser abordadas desde distintos ámbitos. Sin embargo, la mano del estudio francés se hace manifiesta en Wolfenstein: Youngblood a medida que nuestras dos féminas se van haciendo más poderosas. Los escenarios son particularmente grandes, tanto horizontal como verticalmente, ofrecen varias vías de acción (ataque directo y sigilo) y estos, a su vez, se subdividen en muchas otras rutas que nos llevan al punto de destino. Casi podemos decir sin aspavientos que la gente de Arkane Studios ha tomado la arquitectura de Dishonored y la ha portado hasta el universo de Wolfenstein.
De otra manera, quizás sin mencionar la cooperación entre ambas compañías, no podríamos poner punto y final a este proceso para determinar si el experimento resultante ha llegado a buen puerto en el título. Con todo, tal vez debamos quedarnos con el camino que nos ha llevado hasta este Wolfenstein: Youngblood, ya que su resolución no es tan brillante como la de sus hermanos mayores, más sus añadidos lo hacen ser un título que, cuando se hace a las armas, consigue ser igual de disfrutable. Con suerte, veremos en el futurible Wolfenstein III un todo mayor que la suma de todas las partes en el que los nazis sean pasto de nuestro comportamiento destructivo.