La vida es un desafío. Un desafío constante que debemos superar para conseguir aquello que más anhelamos. Desde que tenemos uso de razón, luchamos por hacernos valer, por seguir creciendo y mejorar día a día. La vida es como subir la escalera más larga del mundo. A veces no nos lleva a ninguna parte, otras nos obliga a retroceder sin motivo aparente. Empero, así es nuestra existencia, tan singular como ella sola. ¿O acaso pensabais que todo iba a ser un camino de rosas? Porque a mí me recuerda a un puzle, quizá irresoluble incluso para el profesor Layton, pero que siempre invita a pensar.
Y de eso tenemos ejemplos incontables cuando echamos un vistazo a todo lo que nos ha ofrecido el género desde su misma concepción. De hecho, es lo que nos propone The Sojourn, una aventura que ha sido definida por sus creadores como un viaje de luces y sombras. Porque, ¿qué sería la vida sin un poco de luz y oscuridad? Tal vez esta dualidad no llegue a los extremos de Kingdom Hearts, pero sí son dos elementos que dan sentido al mundo donde nos encontramos. Un mundo que, aunque invita a ser explorado, nos obliga a seguir un camino prefijado en aras de contarnos una historia que, por el contrario, tiene miedo de ser algo en la vida.
Si The Talos Principle nos enseñó a filosofar, ¿por qué íbamos a decirle que no a esta nueva propuesta? Sin embargo, parece que The Sojourn tiene miedo en que pensemos por nosotros mismos. Una nota pesimista, pues tiene en su haber todo lo necesario para contar una historia a partir de unas pocas imágenes. De hecho, su mayor virtud reside en la fuerza visual que derrocha por todos sus poros. No se trata de una mera estampa bonita cuyo único cometido en su vida es el de formar parte de una postal. El lenguaje visual es, por mucho, el mayor logro de esta aventura. Si bien, su mayor pecado radica en su afán por querer ser más de lo que es capaz de ofrecer. En su incapacidad de ir más allá de la superficie una vez introducida una historia casi tan reiterativa como el que firma estas líneas.
Porque si la sobreexposición hace más mal que bien, apostar por un argumento bastante efímero que quizá haga perder el interés al jugador tampoco es la mejor solución. Es más, ese miedo se extiende cuando tenemos que usar la materia gris. The Sojourn es lo que es, un juego de puzles y, por lo tanto, no es imperante dar un contexto a lo que estamos intentando descifrar, pero sí debe dejar claras una serie de normas en caso de que queramos avanzar por su mundo. Unas normas cuyas cartas son puestas sobre la mesa al comienzo de cada escenario y que crecen en número a medida que destapamos el velo. Luz y oscuridad, dos caras de una misma moneda, son todo lo que necesitamos para poder desplazarnos.
Sin embargo, esta última es finita, de modo que debemos buscar maneras de perpetuarla, mayormente a base de objetos en forma de arpas y llamas, si queremos ver la luz al final del túnel. Entonces, ¿qué necesidad hay de tener miedo? En que, a pesar de la universalidad de la que tanto presumen ambos componentes, estos ofrecen soluciones limitadas. Eso y un reto no tanto creciente, sino irregular, convierten el viaje de The Sojourn en una experiencia que va de más a menos. Una experiencia que, en un acto de redención, ofrece un objetivo extra, a veces un poco rebuscado, pero con visos de alargarla de forma considerable.
The Sojourn deja claras sus pretensiones a la hora de presentar su dicotomía entre luz y oscuridad. Mas no muestra el mismo desempeño en su intento por representar dicha dualidad desde el momento en el que nos hacemos a los mandos y abandona el deje contemplativo que a veces ostenta la obra de Shifting Tides. Si bien, quizá sea más justo decir que no consigue construir un desafío creciente en aras de representar una vida que sí sabe abrirse camino. Un intento que, en cambio, brilla más cuando abandonamos nuestras obligaciones en pos de recorrer caminos más alternativos.