Cuando pensamos en influencia, lo primero que se nos viene a la cabeza suelen ser los poderes que dominan nuestra sociedad: política, marketing, prensa… Estos, en cierto modo acaban siendo un cúmulo homogéneo de sistemas que achacamos al tipo de mundo en el que vivimos. Por otro lado —aunque no alejándonos mucho de estos conceptos— nos gusta que la gente se deje orientar por nosotros; aconsejamos casi por instinto y queremos que otros nos tomen como referentes. Prácticamente no vemos símil entre estas dos acciones, pero, ¿y si lo hubiera? The Red Strings Club, lo nuevo de Deconstructeam, quiere hablarnos sobre esta separación y la delgada línea fronteriza entre los distintos tipos de persuasiones.
El marco ideal para plantear esta cuestión es uno que, a mi parecer, ya está más que sobado: una sociedad cyberpunk dominada por megacorporaciones. Seré sincero, al plantarme ante este título me atraía muchísimo más el hecho de ser barista que el setting utilizado. Dicho sea, ahora opino que es una historia que no podría contarse en otro contexto. Y es que The Red Strings Club no nos cuenta un relato sobre altos poderes muy megamalos, sino que dibuja una línea muy difusa —y a veces casi imperceptible— entre la invasión de las libertades y el bien mayor.
Otra de las cosas que me “preocupaba” antes de tener contacto con la obra de Deconstructeam era el parecido razonable que tiene, a nivel muy superficial, con Va11 Hall-A, el aclamado título del estudio venezolano Sukeban Games. Esa preocupación no tardó en desaparecer, pues salta a la vista que desarrollan su narrativa por vías muy distintas. Mientras que Va11 Hall-A “no va de nada” (es decir, se centra en las interacciones con sus personajes más que en su argumento principal), The Red Strings Club quiere transmitir su mensaje a través de una progresión convencional. Convencional, sí, pero no por ello aburrida, poco inspirada o insípida; todo lo contrario.
Somos Donovan, el misterioso dueño de un bar llamado —sí, lo habéis adivinado— The Red Strings Club. Este no es un garito cualquiera, pues sirve como centro de operaciones para el segundo negocio de nuestro protagonista: ser un traficante de información. Conocer a las personas adecuadas es uno de los puntos más importantes de este trabajo, pero es que Donovan también tiene un as bajo la manga: con sus bebidas, es capaz de manipular las emociones de sus visitantes, haciendo que sean más propensos a contestar a sus preguntas. Dentro del juego, esto se refleja en una mecánica jugable: mezclar bebidas. Gracias a los cambios en los sentimientos que provoquemos a nuestros clientes podremos acceder a más o menos información, lo cual será incentivo para analizar muy detenidamente a estos ricos personajes con el objetivo de poder sacar el máximo beneficio de nuestro tiempo con ellos. Porque, con un poder así de grande, es natural que el personaje principal de esta historia tenga un objetivo proporcionalmente importante.
En el mundo de The Red Strings Club, Supercontinent Ltd. (una de las susodichas megacorporaciones) está preparándose para cambiar la raza humana para siempre. A través de su nuevo proyecto, su objetivo es modificar la manera en la que pensamos y comportamos para eliminar ciertas conductas prácticamente inherentes al ser humano. Según sus empleados el propósito de esto es inhibir las capacidades nocivas de la humanidad, ¿pero habrá algo más detrás? De aquí nace la moralidad gris de esta obra. ¿Cuántas desgracias podríamos evitar si fuésemos capaces de cohibir el comportamiento humano? ¿Cómo cambiaría nuestra sociedad? ¿Tenemos derecho a modificar las mentes de otras personas para alcanzar un bien mayor? Estas, y otras tantas, son preguntas a las que nos tendremos que enfrentar prácticamente durante todo el juego. La manera que tiene el título de ponernos en esa situación es muy sencilla, pues nuestros parroquianos durante esta aventura serán los propios trabajadores de la empresa, con los que tendremos que hablar de su trasfondo ideológico y, a medida que progresemos, ir formando la filosofía de nuestro personaje.
Lejos de optar por un mensaje aguado o tibio, el título centra todas su energías en que nos enfrentemos a nuestras propias creencias. En una ocasión, me vi en la tesitura de defender (de manera indirecta) el trabajo contra el que estaba luchando y fui acusado de hipócrita por ello, y eso es algo que esta obra tiene que tengamos en cuenta: no estamos libres de pecado. The Red Strings Club no se anda con chiquitas, para nada. Este mundo cyberpunk creado por el estudio madrileño no es sino un reflejo magnificado de nuestro entorno, de nuestra vida diaria. Cuanto más sepamos de él, más paralelismos con nuestras propias vidas podremos encontrar. ¿Es el control tan malo como parece? ¿Acaso son nuestros ideales y creencias los que deberían ser tomados con referente a la hora de crear un mundo mejor? ¿Qué pasa si coincidimos con aquello que odiamos y contra lo que nos manifestamos a diario? La obra también busca tratar la intencionalidad detrás de las acciones de cada uno y la manera en que estas pueden ser deformadas y retorcidas para encajar en cualquier molde sociopolítico. Al encarnar a Donovan, nos adentramos en una nueva visión de nuestro propio mundo y se nos obliga a decidir qué hacer cuando nuestros propios valores son escalados a la misma proporción que los de aquellos que tienen el control casi total sobre la percepción de la humanidad.
Usando estos dilemas de peso el título marca claras fronteras entre las varias bifurcaciones que encontraremos en las conversaciones que mantengamosy los hechos que nos rodeen. Esto último se traduce, evidentemente, en una gran rejugabilidad, solo amplificada por la corta duración de esta historia —porque, admitámoslo, no es común volver a un título de 15 horas (o más) para ver cómo afectan nuestras opciones de diálogo a la historia. La manera que tiene The Red Strings Club de mostrarnos la importancia de nuestras decisiones es a través de los hilos rojos, a los que daremos forma según lo que optemos por decir en las intensas conversaciones con todos los personajes del título, además del resultado que obtengamos de estas según la bebida que ofrezcamos a los clientes.
The Red Strings Club no es para nada un juego perfecto.Algunos de sus segmentos podrían haber sido llevados mejor, tanto a nivel jugable como en cómo tratan sus temas —la polémica nacida del artículo de Waypoint hablando sobre personajes trans pone esto en evidencia—, pero estamos ante una apuesta atrevida, valiente, personal y única. Este título es una de tantas pruebas de que en España hay talento, de que nuestra industria tiene el potencial de crecer y de lanzar al mercado referentes mundiales si la dejan salir del duro cascarón de la precariedad y los altos riesgos laborales. Con esta obra, Deconstructeam se ratifica como uno de los grandes del indie nacional, un estudio que dará mucho sobre qué hablar y cuya evolución será seguida por personas de todo el mundo.