El objetivo de este breve escrito es reconocer el trasfondo filosófico que podemos encontrar en BioShock, señalando las influencias más llamativas en el despliegue narrativo de la primera entrega de la saga.
BioShock es uno de los videojuegos más reconocidos y valorados dentro de la comunidad gamer. Tanto la jugabilidad, como la narrativa, así como la banda sonora y los gráficos, resultan características envidiables para muchos juegos de su género y de su época. La obra dirigida por Ken Levine es, sin duda, una obra maestra de la narrativa y la jugabilidad para su tiempo. Basado en la novela escrita de John Shirley, el videojuego de Bioshock se despliega como una obra narrativa audiovisual y jugabilística que desarrolla con gran profundidad muchos de los temas e ideas que se plantearon en la obra escrita.
Sobre el videojuego, podemos decir que se han llevado a cabo muchos análisis, y por qué no decirlo, algunos de ellos con gran calidad y rigor. En nuestro caso, pretendemos elaborar un análisis personal que sea lo más serio y riguroso posible, atendiendo a la profundidad filosófica que esta saga ha aportado y sigue aportando hoy en día en tanto que producto cultural y, por qué no decirlo, obra de arte.
Conceptos previos: Rapture en el entorno idílico de la narración
Comenzando por su contexto, Bioshock se desenvuelve en lo que se ha denominado comúnmente en el ámbito de la narrativa como ucronía, un tiempo pasado a nuestra actualidad en el que, por una situación distinta a la que realmente sucedió, la historia se desenvuelve, por consiguiente, de forma distinta.
El término ucronía fue acuñado por el filósofo francés Charles Renouvier, en su obra Uchronie (L’utopie dans l’Histoire), siendo entendida como un equivalente de su época al término utopía, acuñado por Tomás Moro en 1516. Sin embargo, mientras que para Tomás Moro la utopía es aquel lugar que no existe, un no-lugar, debido al carácter ideal del mismo, en el caso de Charles Renouvier se habla de la ucronía como aquel mundo desarrollado a partir de un punto en el pasado en el que algún acontecimiento sucedió de forma diferente de como ocurrió en realidad, desplegando por tanto un mundo virtual o ficticio.
La historia de Bioshock se desarrolla en el año 1960, en una ciudad submarina llamada Rapture. En inicio, Rapture fue concebida como una eutopía—término distinto, aunque muy parecido, al de utopía—, esta es, un lugar ideal, un no-lugar, que es en sí mismo deseable y que debiera servir como modelo. Sin embargo, una serie de acontecimientos y profundas convicciones llevaron a la ciudad a su ruina, pasando a ser un mundo distópico en el que reina la locura.
Es en este momento en el que nosotros, encarnados en el protagonista, Jack, sufrimos un accidente de avión en las proximidades de un faro que resulta ser la entrada a dicha ciudad submarina. En nuestro recorrido por la misma iremos descubriendo nuestro papel en la historia, así como el trasfondo de la misma. Habiendo presentado el escenario, intentaremos, de aquí en adelante, evitar el mayor número de spoilers.
Liberum arbitrium y la demencia de un magnate megalómano
El libre albedrío es uno de los conceptos de mayor importancia en toda la filosofía, especialmente durante la Edad Media y la secularización producida por los movimientos ilustrados en la Europa moderna.
El libre arbitrio es entendido etimológicamente como la libertad que expresa una acción al ser realizada por una voluntad, por lo general destinada a fines no meditados racionalmente, esto es, impulsivos. El libre arbitrio como voluntad de acción consiste en la voluntad de poder hacer, es decir, consiste en una definición de libertad positiva, tal y como lo entendería Isaiah Berlin en Dos conceptos de libertad. Ahora bien, pese a esto, la Filosofía ha planteado serias críticas a esta creencia heredada en gran medida del cristianismo, como son las aportaciones de Calvino, Spinoza, Schopenhauer o Laplace.
Lejos de exponerlas—pues confiamos en que, aquel o aquella que sienta interés movilizará su voluntad para conocerlas—, conviene más bien apreciar en BioShock una crítica a esa noción del libre albedrío, que acaba por convertirse en la obsesión de Andrew Ryan y el principio fundador de la ciudad submarina de Rapture. Podemos reconocer en esta obra la intención de mostrar en qué medida hemos estado presos de una historia ya contada, predefinida o preescrita, tanto en el videojuego como en nuestras vidas. “El hombre elige, el esclavo obedece” se ha convertido en una de las frases más célebres de la saga debido al marcado carácter demencial que ostenta el antagonista principal de Bioshock al pronunciarlas en la recta final del juego, marcando, con ello, la importancia y trasfondo de la misma. La libertad es concebida, efectivamente, como la capacidad de elección, y es por medio de la libertad así entendida que Andrew Ryan cree haber alcanzado el verdadero sentido y potencial de la humanidad. Sin embargo, su visión se encuentra frustrada en el momento en el cual descubre que hay una fuerza mucho más poderosa que se le sobrepone de forma inevitable: el determinismo genético.
Jack encarna dicho determinismo, en la medida que ha sido modificado genéticamente para obedecer a todo aquello que le indiquen cuando se entremezcla con la expresión “¿quieres?”, claro que esto solo lo descubrimos en la recta final de nuestra historia. Los últimos momentos de Andrew Ryan no son sino un intento desesperado y demencial por el que autoconvencerse de la capacidad de elección, del libre albedrío. En realidad, todo ya había sido predispuesto con anterioridad, y ni Andrew Ryan ni Jack podrían escapar de ello. Con esto, llama la atención que los desarrollos científicos que Andrew Ryan impulsaría con el objetivo de liberar al ser humano de su corporalidad fueron los mismos que llevaron a crear un ser humano que encarnase todo lo contrario.
Pese a ello, es indudable que esta idea del libre albedrío constituiría el fundamento que diese lugar a Rapture, así como la articulación de todo su contexto ideológico. Con respecto a esto, podemos identificar el valor ilustrado del laissez-fare y en la noción capitalista del libre mercado como conformantes del modelo ideológico hiper-liberal—que no neoliberal— de Rapture.
Laissez-faire y libre mercado
Hay tres cosas que odia el Parásito: El libre mercado, la libre voluntad, y los hombres libres – Andrew Ryan, antagonista de la primera entrega de Bioshock.
Uno de los grandes fundamentos del liberalismo clásico es la máxima ilustrada del laissez-faire, laissez-passer, generalmente reducida a la construcción laissez-faire. Esta expresión, altamente extendida por el filósofo y economista Adam Smith, pretendía hacer referencia a un modelo económico en el que no hubiese intervención alguna del Estado. ¿El motivo? La creencia ilustrada en el potencial humano y su natural participación en el orden natural de las cosas—con motivo de la secularización eclesiástica, sabemos que comenzó a desarrollarse el credo a la Naturaleza y la Razón, agente ordenador del universo, según leyes físicas, el primero, y capacidad de conocer dichas leyes universales, la segunda—.
El laissez-faire se conformó, pues, como una forma de ordenamiento económico y político del mundo. De esta manera, se entendía la libertad de cada ciudadano como el culmen de toda sociedad, en la medida que era el individuo, y no el Estado, el que por medio de su razón se autodisponía a la creación del mismo por medio del contrato y las relaciones comerciales. De todo ello nos interesa una de las ideas que podemos extraer, a saber: que, en la medida que el ser humano moviliza su acción por medio de la libertad que le otorga su uso individual de la razón, y esta libertad es en sí una expresión más de la ley natural, es necesario que las relaciones que se establezcan entre los distintos individuos sean, a su vez, naturales, de manera que debieran estar reguladas por leyes que los conformantes de esa relación estableciesen. Estas relaciones se reconocerían en su carácter social como relaciones de intercambio y, posteriormente, comerciales; de esta forma, la institución que surgiría para regular dichas relaciones sería el Mercado.
Así pues, el Mercado sería entendido como una institución independiente que expresase las leyes de la naturaleza dentro del ámbito de la economía, por lo que sería urgente y necesario que el Estado se mantuviese fuera de la economía. En última instancia, para Adam Smith la suma de egoísmos responsables—estos son, aquellos egoísmos guiados, bien es cierto, por la razón—, generarían una suerte de mano invisible que movilizaría las fuerzas del mercado en favor de la autorregulación, repercutiendo como parecía obvio en el beneficio de toda la sociedad y el desarrollo de la economía. El Mercado era, pues, el instrumento por el que poner al alcance de todos los derechos que articulaba la ley natural, de entre los cuales estaba, por supuesto, el de la libertad individual, pero, sobre todo, y como eje vertebrador entre el Mercado y la Naturaleza, el derecho a la propiedad privada.
No creo en Dios. Pero hay algo más poderoso que todos nosotros, una combinación de nuestros esfuerzos. Una Gran Cadena de la Industria que nos une. Pero únicamente cuando luchamos en nuestro propio interés la cadena tira de la sociedad en la dirección correcta. La cadena es demasiado poderosa y demasiado misteriosa para que ningún gobierno la guié. Cualquiera que diga lo contrario, o te ha metido la mano en el bolsillo o te ha puesto una pistola en la cabeza. – Andrew Ryan.
Es bajo esta idea por la que el magnate Andrew Ryan concibe, sabiéndolo o sin saberlo, la ciudad submarina de Rapture. Un lugar alejado de toda influencia que no respete este ideal de libertad, señalando con especial hincapié al respecto a Estados Unidos, la Unión Soviética y la institución de la Iglesia. Rapture se concibe y se funda, pues, como la salvación a todos estos estados e ideologías represoras de la verdadera libertad individual, del verdadero liberalismo económico, y de la verdadera potencialidad del ser humano.
Rompiendo las cadenas de la corporalidad
El ideal de libertad individual, pese a ser el eje vertebrador del gran proyecto de Andrew Ryan no resultaba suficiente, sin embargo, para llevarlo a cabo. Para ello, era necesario que se cumpliesen dos requisitos: el primero, una ingente cantidad de dinero, capaz de cumplir los sueños más grandilocuentes y desvariados de un gran magnate; el segundo, la tecnología para llevar todo a cabo. Andrew Ryan cumplía todos los requisitos.
Pero la tecnología no son solo máquinas, herramientas o patentes; ligado a la tecnología tenemos también el carácter ideológico que conlleva su uso. Y este detalle es el que nos permitirá entender por qué Rapture pasó de ser un paraíso a convertirse en una cárcel submarina. En efecto, el uso de las tecnologías pone de manifiesto una forma de entender las mismas, o si se quiere, de entender el potencial de las mismas para la consecución de determinados fines. En el caso de Bioshock, nos encontramos que la concepción de la tecnología está atravesada por la concepción liberal del ser humano, es decir, las tecnologías habrán de ser usadas siempre libremente en favor de liberar al ser humano de todas sus cadenas.
En un principio, la tecnología para liberar al ser humano de las cadenas de los Estados y las religiones era la misma que permitió construir una ciudad independiente de todas ellas. Una vez construida esta ciudad, las cadenas que quedaban por eliminar eran las que imponía la propia corporalidad, y he aquí, que Andrew Ryan consiguió la tecnología para deshacer estas cadenas. Mediante la manipulación genética, el flagrante magnate introdujo en su ciudad lo que comúnmente se ha entendido en el ámbito de la ciencia como transhumanismo, más concretamente, el transhumanismo biomédico.
El ideal del perfeccionamiento humano por medio de la mejora de sus capacidades físicas es una característica clásica del individuo transhumano, aquel que supera los límites biofísicos de la corporalidad humana. En nuestro caso, la tecnología permite modificar el genoma humano para aportarle habilidades fantásticas o superpoderes. Pero este uso de la tecnología conlleva atravesar ciertos límites éticos, ciertos presupuestos morales que en la mente de Andrew Ryan no son sino límites absurdos que impiden el desarrollo de la verdadera libertad humana. La consecuencia de esta falta de límites éticos encuentra su mayor consecuencia y, con ello, su mayor aberración, en la conformación de las Little Sisters, niñas secuestradas de la superficie modificadas biológica y genéticamente para ser contenedores de la sustancia ADAM, la requerida para poder proceder con las modificaciones genéticas de los cuerpos, que se extraía por medio de inyecciones a las pequeñas.
Los usos de la tecnología se plantean como una problemática en todo tipo de formatos de narrativa. Fernández Buey, por ejemplo, nos habla en muchos lados de la extralimitación de los recursos y límites biofísicos de planeta como uno de los principales problemas del mal uso, o quizás, del uso poco responsable o con límites éticos poco demarcados, de la tecnología (un ejemplo de ello lo encontramos en su último escrito, de carácter póstumo, Para la tercera cultura); el film Existenz, de David Cronenberg, pone de manifiesto la ambigüedad que supone la diferencia entre tecnología y humanidad, la posibilidad, si no la seguridad, de que la tecnología es, a fin de cuentas, una forma de ser humano, un medio de encarnación de la humanidad vertebrada por medios externos a la propia corporalidad que, sin embargo, habrán de responder a la misma, todo esto en el contexto del género denominado body horror, en el que la corporalidad se presenta en su visceralidad más patética, en su sentido del pathos griego; y, para no extendernos más, el propio Bioshock, donde se plantea la modificación genética no solo como un bien, sino como un deber, como bien muestra uno de los personajes más característicos del videojuego, el Dr. J. S. Steinman, cuando transmite una idea clave que atravesaría la sociedad de Rapture: “Con las modificaciones genéticas, la belleza ya no es una meta. Ni siquiera una virtud. ¡Es una obligación moral! ¿Obligamos a los sanos a convivir con los contagiosos? ¿Mezclamos al criminal con el respetuoso de la ley? Entonces, ¿por qué se le permite a los feos sociabilizar con los bellos?“.
Bioshock nos plantea un escenario en el que se ponen de manifiesto los límites éticos del uso de las tecnologíaspor medio de las consecuencias que han conllevado su transgresión; supone una llamada de atención ante las potencialidades y consecuentes peligros de la tecnología, no porque sean algo malo en sí, no nos equivoquemos, sino porque estas guardan una estrecha relación con la naturaleza humana y, queramos o no, el ser humano ha mostrado a lo largo de su historia la clara necesidad de límites. No se atreve Ken Levine, sin embargo, a decirnos qué debemos hacer; bastante hace, a nuestro parecer, otorgándonos la posibilidad de experimentar las consecuencias de lo que un uso irresponsable puede llegar a producir.
El superhombre muere bajo las frías aguas de Groenlandia
El ideal de la autosuperación humana no solo se representa en Bioshock por medio de la modificación genética y la superación cualitativa de las capacidades propiamente humanas, sino también por medio de la filosofía nietzscheana del superhombre. Podemos augurar que esta noción se encuentra detrás de la ejecución material que encontramos en el mundo de Bioshock, esta es, dicha modificación genética y superación de la humanidad por medios técnicos.
Para Nietzsche, el superhombre—entendido este como la autosuperación del ser humano y no, como se ha creído comúnmente, con asiduidad en el ámbito de la narrativa del videojuego, en su degeneración del nazismo—, se presenta en sus escritos como un sujeto idílico que habrá de surgir como ocaso del hombre en la medida que este había sido entendido por la tradición. ¿Y cómo ha sido entendida la humanidad por la tradición? Andrew Ryan lo expresa muy bien en su rechazo hacia todas las instituciones que rigen el mundo, no tanto por ser instituciones, sino por la ideología que las vértebra, cuando dice:
“¿Por qué adorar a un Dios o a una bandera, cuando podemos adorar lo mejor de nosotros: nuestra voluntad de ser grandes?”
Las instituciones del Estado y la Iglesia heredan la concepción del ser humano de todas aquellas tradiciones filosóficas, éticas y políticas que Nietzsche rechaza por completo por ser deudoras del sentido trascendente y trascendental del ser humano, en lugar de afrontar la naturaleza humana como lo que es: una expresión más de la voluntad de poder que articula el funcionamiento del mundo; una expresión encarnada de las fuerzas naturales del universo que rigen su orden por medio de la autoexpansión y el dominio, con ninguna intención distinta a la del autosuperamiento y el autoperfeccionamiento. Así lo expresa Andrew Ryan cuando dice:
“Imagina la fuerza de voluntad necesaria para hacer un lugar como éste. ¿Y tú que has construido? Nada. Sólo puedes saquear y destruir. No eres un hombre, eres solo una termita en Versalles”. (Andrew Ryan, Bioshock)
En última instancia podemos reconocer esta voluntad de poder no solo en sus palabras, sino también en su obsesión demencial por exigirle a Jack su autoliberación de la prisión genética a la que estamos condenados, la cual se nos revela como protagonistas y jugadores de la historia, pero también en tanto seres humanos. Pareciese que el viejo magnate, obsesionado con romper las cadenas que oprimen al ser humano, aclamase al cielo en sus últimos momentos de vida la desgracia que supone el determinismo biológico para un ideal de libertad llevado a su máxima plenitud.
Sin embargo, el superhombre no llega a surgir en la acuópolis de Rapture, y desde luego no llega a cobrar esencia en los valores e ideas de Andrew Ryan. Pese a que el magnate luchaba por la autosuperación, fundaba su ideario en la posibilidad de escapar de los límites de la determinación del mundo; por el contrario, el superhombre nietzscheano es aquel que se reconoce como parte entera del mundo, como encarnación de las fuerzas del cosmos y, aun con ello, capaz de desplegarse en el mismo como un ser triunfante, enarbolando el mayor despliegue de fuerzas existente entre todas las fuerzas. En la medida que, como hemos dicho, el superhombre es un ideal, no es algo que Nietzsche de hecho afirme como existente; por el contrario, el superhombre se concibe más bien como una apuesta, la cual, como podemos ver y experienciar, muere bajo las frías aguas de Groenlandia.
Conclusiones
La experiencia que nos aporta Bioshock es, sin duda, inolvidable. Tanto su ambientación como su narrativa nos trasladan a un entorno distópico ucrónico en el que se despliega toda una serie de ideas, valores y planteamientos filosóficos que ponen a prueba los valores y creencias de nuestra sociedad, nuestra sociedad, y en tanto que tal, también nos pone a prueba a nosotros mismos.
Planteamientos filosóficos de toda índole atraviesan la narrativa y el mundo de Bioshock, revelando problemáticas y límites que nuestra sociedad parece haber olvidado, o aquellos que ni siquiera ha parado a plantearse. Sin duda, el trasfondo filosófico de este videojuego es amplio y considerable, tanto el que se presenta de forma explícita como el que discurre de forma sinuosa por los pasillos y estancias submarinas. La calidad y vigencia hoy día de sus críticas merecen ser reconocidas, y un breve escrito al respecto parecía la mejor manera de recordarlo.