Dos años hace ya del lanzamiento de Rocket League, un título que pilló a todo el mundo por sorpresa. Este juego, que ya hemos podido ver y disfrutar en Xbox One, PlayStation 4 y PC, aterrizó el pasado 14 de noviembre en Nintendo Switch, plataforma en la que no podía encajar mejor, porque Nintendo nos ha dado en la cara más de una vez con una de las definiciones más básicas videojuego, y se ve que en Psyonix lo han entendido a la perfección.
Rocket League, al igual que los plataformas que protagoniza nuestro ex-fontanero favorito, se centra en la interacción del jugador con el escenario a través del movimiento. En la mayoría de obras se da esta relación, pero, por supuesto, con añadidos que la tienden a relegar a un segundo plano. El título de Psyonix, en su modo principal —ya que los extras acaban resultando algo anecdótico—, elimina cualquier posible distracción de nuestro único objetivo: meter la pelota en la portería.
Las reglas del deporte rey son vistas como un obstáculo en Rocket League. Faltas, fueras de juego o penaltis, dotarían al título de una profundidad innecesaria. En el campo de juego somos nosotros y la pelota, acompañados por un control excelente y nada más. Esta filosofía le viene como un guante a Nintendo Switch porque da lugar a partidas tan cortas como intensas. Pese a esto no es ni mucho menos un juego simple o fácil de dominar. Aprender a desenvolverse en el campo es más complejo de lo que pueda parecer a simple vista. Todo esto gracias al propulsor y a las distintas variantes que nos ofrece el salto. Los partidos de 5 minutos, que van de los uno contra uno hasta los cuatro contra cuatro, son el toque perfecto a todo esto. Ni muy cortos y agobiantes, ni largos y aburridos o pesados.
Aún con esto, Rocket League no ha conseguido atraparme. Como el título es lo que es: fútbol de coches, las opciones a la larga se acaban haciendo repetitivas; porque aunque en el escenario se puedan dar infinidad de situaciones, no se desarrollan de una forma tan diferente como podría pasar en otros títulos multijugador de similar estructura (juegos PvP con una mínima variedad de mapas) como League of Legends o el reciente Playerunknown’s Battlegrounds. Esto, por supuesto, no es algo negativo, pero no es lo que busco en un juego de estas características.
Aquí es donde la consola de Nintendo brilla. Su formato es ideal para sesiones cortas de juego y Rocket League aprovecha tanto la consola en la base, como su versión portátil. Siendo en esta segunda donde más he disfrutado con diferencia. Sesiones cortas que también aprovechan los modos de juego alternativos: Dropshot, donde el objetivo es destruir con la pelota el suelo de una mitad del escenario para que esta caiga; Rumble, que añade al modo normal habilidades de todo tipo que se reponen aleatoria y periódicamente; Día Nevado, donde la pelota es sustituida por un disco de hockey; Baloncesto y, por último, Rocket Labs, donde podemos probar prototipos de modos y escenarios en desarrollo. Estos modos, aún respetando las bases del título, quedan en un segundo plano dada la brillantez y simpleza del modo principal, respaldada a su vez por el modo competitivo.
Con una versión que cumple, pero un poco mejorable, debuta Rocket League en Nintendo Switch. Coches y fútbol por fin disponibles en cualquier parte. Un título que pedía a gritos una versión para la consola desde incluso antes que saliera.