En agosto de 2016 salía a la venta Reigns, un juego atípico lo miremos por donde lo miremos. Mezclando una gestión de recursos aguada con la forma de interactuar de Tinder, nos ponía en la piel de una dinastía de reyes maldita. ¿Nuestro objetivo? Engañar al Demonio mientras nos las vemos con toda cantidad de problemas a solucionar en nuestro reino. La fórmula fue todo un éxito, siendo alabada por la crítica y los usuarios por novedosa, fresca, diferente y tener un guión cargado de identidad. Ahora llega Reigns: Her Majesty, la secuela que busca ponernos en los zapatos de una reina.
La mayor dificultad a la hora de lanzar una secuela teniendo un predecesor tan único viene, precisamente, de la singularidad de su primera parte. Reigns fue una grata sorpresa, algo único y nunca antes visto para mucha gente. ¿Cómo se puede igualar eso?La respuesta es sencilla: esa posibilidad no existe. Reigns: Her Majesty entiende cuáles son las fortalezas de su primera parte y no busca romper con ellas ni ser revolucionaria en comparación.
Si nos centramos en los valores que esta segunda parte retiene, tenemos un sistema de gestión ágil pero opresivo.Siempre estaremos obligados que decidir entre dos opciones, yestas tendrán un impacto sobre los cuatro apartados que conforman nuestro reino: la iglesia, el pueblo, el ejército y nuestra economía. Todo esto nos llevará inevitablemente hacia la muerte, porque eso es lo que suele pasar cuando intentas contentar a todo el mundo. El equilibrio entre la estas cuatro fuerzas es muy delicado, y romperlo —ya sea por exceso o por defecto— tendrá como precio nuestra vida, aunque esto no es tan caro como parece. Estamos muy acostumbrados a que morir sea sinónimo de fracasar, el fail state es un concepto muy arraigado en nuestra vida jugable, pero aquí no es sino uno de los elementos con los que tendremos que lidiar.Vamos a fallecer, y mucho, pero tendremos una serie de sucesoras que podrán continuar nuestra labor. Es por esto que no buscamos vivir eternamente o perder la vida por causas naturales, sinocumplir con la serie de crípticos objetivos que se nos irá dictando. Esto es herencia directa del primer título. Algunas de estas tareas pueden ser tratadas como puzles, pero en su gran mayoría nos encontramos con sucesos que ocurrirán según nuestras respuestas y poco más —a veces, incluso, llegando a ser cosa de suerte. Para un juego que mezcla un pequeño grado de gestión con puzles, Reigns: Her Majesty hará que pasemos gran parte de nuestro tiempo esperando que surja la oportunidad de tomar una decisión distinta. Esto, en teoría, debería ser paliado con el uso de objetos, una de las novedades más importantes que trae. El problema es que este es muy obvio en algunas ocasiones y muy poco intuitivo en otras.Pese a eso, ayuda a que el ritmo del juego sea más variado, cosa a agradecer. Por suerte, todo esto estará aderezado con un guión delicioso, que hará más ameno nuestro reinado.
Leigh Alexander coge las riendas de esta entrega para darle un punto de vista femenino a Her Majesty. El tono del primer Reigns era uno absurdo y gracioso, y eso no ha cambiado, pero sí que se le ha añadido un toque de amargura que es muy adecuado para la situación en la que estamos. Ser mujer no es fácil, y menos cuando nos enfrentamos a un pueblo exigente, un monarca incompetente, una nobleza que no nos tiene en cuenta y una misión sobrenatural. Todo esto queda perfectamente plasmado en cada línea de texto, lo cual dota a esta secuela de su propia identidad. Es en todos estos matices donde florece la verdadera personalidad que Alexander ha cultivado para el título, y es que viene a hablarnos, en más de una ocasión, de la feminidad —ya sea en relación con su mismo género, el masculino o de cómo las dinámicas de poder se ven afectadas en esta contraposición.
Lamentablemente, el maravilloso guión que acompaña a esta aventura sufre un duro golpe al jugarlo en nuestro idioma. Su localización es irregular en cuanto a calidad;habiendo erratas, traducciones demasiado literales —las cuales destruyen el significado de alguna que otra frase hecha— y un par de errores de maquetación. Al tratarse de una obra en la que pasaremos bastante tiempo leyendo, y dotándole este apartado de tanto carácter al título, ver que se ha descuidado resulta desolador.
Como secuela, Reigns: Her Majesty funciona. Nos trae la misma base que su predecesor, pero esta es aderezada con suficientes novedades como para no parecer un refrito. Su punto fuerte es, claramente, el guión de Leigh Alexander, que carga de humor ácido gran parte de las cuestiones que nacen del género de nuestra protagonista y su puesto en el contexto del título. Por otro lado, no estamos ante una secuela perfecta. El equilibrio entre las opciones que tenemos nos llevará a beneficiar sin querer a algunos bandos (ejército, te estoy mirando a ti) y el uso de los objetos —una de las novedades más grandes— puede ser bastante poco intuitivo en ocasiones. Pese a estos problemas, es un título digno y de calidad, y todo aquel que haya disfrutado de su primera parte está prácticamente obligado a ponerse la corona de la reina.