Promesa Postgame

Promesa y conectar con el arte

Me ha costado un poco formular este análisis. No sabía bien por dónde tirar ni cómo transmitir mis pensamientos sorbre esta obra. Pero, tras armarme de coraje y darle un par de repasos, aquí estoy para hablar de Promesa, la nueva experiencia contemplativa de Julián Palacios Getchma.

Porque ante todo, es eso, una experiencia contemplativa. Su autor es honesto y no busca venderte el juego como lo que no es. Promesa es posiblemente el juego más personal que he jugado este año, y a través de los cuarenta minutos que dura, me he sumergido a lo largo de los oníricos paisajes por los que Julián ha querido llevarme, pintados a base de un impresionante estilo artístico a base de voxels (píxeles en tres dimensiones, por si no sabéis de qué hablo).

Si me ha costado escribir estas líneas es porque me he sentido completamente fuera de esta narrativa. Decidí jugarlo sin leer siquiera la premisa, ya que al saber que era una experiencia contemplativa tan corta sentía que cuanta más información trajese de casa menos podría bañarme de la pureza del viaje. Pero me temo que no ha sido así.

Sin duda, hay muchísimo corazón en esta obra. Julián ha plasmado las conversaciones que tenía con su abuelo en pequeños fragmentos —enlazados por una narración— en los cuales hablan sobre cómo fue su vida de inmigrante en Argentina o cosas de su pasado. La narrativa visual es fuertísima y los sentimientos están ahí. No voy a negar que ha habido más de una vez que se me han puesto los pelos de punta solo con su ambientación, pero me he sentido completamente perdido y fuera de juego.

Al terminar el juego leí la nota de prensa y, gracias a eso, conocí los temas de la obra y comprendí mejor ciertas escenas. Sin duda, Julián ha puesto todo su corazón aquí y aunque siento que no ha terminado de conectar conmigo, también creo que el medio necesita más obras así, en las que se carezca de las convenciones del videojuego simplemente para expresar.

Aunque puede que sí que haya conectado un poco al final del todo. Al tener que pasar varias veces por el juego para hacer este análisis, ha habido un momento común donde siempre me he quedado helado: su final.

No es la gran cosa, no es nada grandilocuente, pero es algo que ha conectado conmigo como un martillazo. En algunos momentos visitaremos un pequeño patio, muy rural. Antaño, lleno de vida. En el momento final volvemos allí, la que supongo que será la casa del abuelo. Entramos y ya no hay nada ni nadie, y sabes que los que antes le daban calidad a ese hogar ya nunca podrán volver. Estamos solos, junto a nuestros recuerdos en un lugar que jamás volverá a ser lo que antes fue.

Veréis. La casa donde vivía mi abuela ahora pertenece a otra familia. Paso por delante de vez en cuando, porque mi tía vive dos pisos más arriba. Pero esa casa tenía algo en particular: la mirilla se descuelga un poco y con un leve golpe desde fuera puedes ver la entrada. Han pasado los años y aún nadie ha arreglado eso, y yo de vez en cuando no puedo evitar echar un vistazo. He pasado mi infancia en ese lugar, y este sigue estando allí, pero ahora es distinto y extraño. Después me voy y simplemente imagino cómo serán los que ahora viven allí.

El final de Promesa ha enganchado con ese sentimiento mío tan personal, y solamente por eso creo que acompañar a Julián y a su abuelo en este corto camino ha merecido la pena. Y tras meditarlo un poco… ¿Qué más da que no haya hecho click con toda la obra? Nadie va a un museo esperando que cada cuadro que vea sea algo superrompedor que deconstruya su forma de pensar y altere su punto de vista a partir de ahora.

Así que, por favor, jugad a Promesa. Solo dura cuarenta minutos y espero que alguno de sus momentos conecte con vosotros. Y si no conecta, pues tampoco pasa nada.

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