Prácticamente intrínseco en nuestra condición como humanos, la inocencia juega un papel fundamental en la medida en que forjamos nuestra personalidad. Este término describe la falta de malicia, la manera pronta de actuar cuándo todavía desconocemos que el mundo es mundo. Extrapolándolo a los videojuegos, casi desde sus inicios hemos contemplado como diferentes personajes pecan de esta “virtud” en un mundo lleno de peligros. Sumidos en un universo donde cada muerte es una recompensa, aquellos que siguen pecando de inocentes son unas raras avis en el medio, seres que no terminan de encajar en el organigrama que, por norma general, componen los diferentes títulos que integran esta industria que tanto nos apasiona. Por este motivo, hemos decidido repasar algunos de estos icónicos personajes, centrándonos en diferentes sagas y observando como estas, por increíble que parezca, consiguen sacar el lado más cruel de aquellos que carecen de él. Y, como no podía ser de otra manera, The Last Of Us es el encargado de abrir la veda.
Antes de seguir leyendo, debes ser consciente que este artículo está lleno de spoilers de las dos entregas de The Last Of Us.
La cruda realidad que acabó con la luz en la oscuridad
Tras el lanzamiento de la segunda entrega, tanto Naughty Dog como Neil Druckmann, director de ambos títulos, han conseguido calar en nuestros corazones su premisa: no existen buenos ni malos. En un mundo cargado de matices, grises y abruptas despedidas, en el primer título pudimos contemplar como un halo de esperanza era capaz de emerger de las tinieblas. The Last Of Us no es justo con los inocentes, menos aún con los débiles, cimenta cada pilar de su tambaleante base en el principio de «matar o morir». Esto es algo que comprobamos en los primeros compases de la saga, momentos vitales para saber qué clase de producto tenemos entre las manos. Ante el desconcierto general, Joel huye junto a Tommy (su hermano) y Sarah (su hija), quién exhala sus últimos alientos en manos de su padre cuándo es acribillada sin motivo alguno. En ese momento, justo a la vez que Joel pierde la fe en todo aquello que una vez creyó, nosotros sentimos como nuestro latido se para por un segundo, un extracto de tiempo donde la inocencia que teníamos con este título ha dejado de existir.
En el mundo de los videojuegos, la inocencia es una virtud que choca con la recompensa tras cada muerte.
Retomamos el control décadas después, conociendo al personaje que manejamos pero no el bagaje que ha vivido. Se nos pone en contexto, comenzamos a forjar una ligera idea de su modus vivendi e inevitablemente empatizamos con su causa. Sigue su vida, sobrevive a duras penas mientras asume que hace tiempo que dejó de buscar un motivo que, por suerte para nosotros, irrumpe en forma de la carismática Ellie. Esta carismática pre-adolescente es curiosa, se preocupa por las cosas de su entorno y, lejos de ser parca en palabras, deshace cada silencio con un aluvión de palabras. Ha sufrido, conoce el significado de la pérdida y nunca ha llegado a contar con una familia, un término que Joel olvidó con la dolorosa mella del tiempo. Tiempo atrás, una escapada a un centro comercial marcó su destino, topándose en este con la cruda realidad que mata la inocencia. En un mundo tan oscuro, esta condición tan pura solo se pierde en la peor de las circunstancias, si es que existen personas que todavía conocen lo que es.
Aún con todo, Ellie destaca por ser una luz entre las sombras, un ser lleno de ganas de vivir, crecer y encontrar un motivo por el que seguir adelante. Esto choca con Joel, obcecado en no levantar la pesada ancla que detuvo su camino junto a su reloj. Pero, por algún motivo, ambos empiezan a recorrer la misma senda, retroalimentando una complicidad que hará a la joven cada vez más pequeña. Con el paso de los capítulos, contemplamos como Ellie empieza a dejar a un lado esa bondad que irradia en los primeros compases del título, resquebrajándose por completo cuando despierta en la parte trasera del coche de un Joel que tomó la decisión más humana de la historia de los videojuegos. Y, con esta, además de condenar a una humanidad que no merece ser salvada, propició que una muchacha hasta ahora desconocida contemplara cómo su inocencia se escapaba por la pequeña rendija de una puerta roja.
El ciclo de la vida
Al final del primer título desconocemos la existencia de Abby. La co-protagonista de la segunda parte existe, en el lore de The Last Of Us, por la fatídica decisión tomada por Joel. Se nos presenta como un personaje fuerte, tanto en carácter como físicamente, y no tardamos poco en contemplar cómo es la causante de ese latido interrumpido que provoca el comienzo de la segunda entrega. Sentimos rabia, y atrás queda ya la tristeza provocada por el inicio del primer título. Como si de algo personal se tratase, comenzamos la búsqueda de una persona que, sin motivo alguno, ha acabado con aquel personaje que tanto nos caló seis años atrás. La decisión tomada por Naughty Dog, lejos de ser descabellada, cobra sentido cuando se nos revela que tomaremos el rol de Abby a mitad de The Last Of Us Parte II. Hemos creado una imagen de esta, batallamos contra su causa y acabamos con sus aliados, para de repente observar cómo estamos almorzando con futuros cadáveres.
Cómo jugador, la muerte de Joel es un golpe directo al estómago, un mazazo que cuesta digerir y nos crea un nudo en la garganta. Una decena de horas después, Naughty Dog decide ponernos en la piel de la persona que realizó este acto, una apuesta arriesgada que nos hace abrir los ojos y empezar a percibir la grisácea paleta de colores. Los actos que antes no justificábamos ahora nos hacen dudar, y somos testigos de cómo en un mundo tan oscuro las personas pueden llegar a evolucionar. No existen santos en el universo de The Last Of Us, muchos asesinan antes de cumplir los diez años, pero pequeños retazos nos recuerdan que factores como la empatía o la bondad siguen existiendo, aún habiéndose perdido la inocencia mucho tiempo atrás. Los capítulos pasan, los bandos sufren bajas sensibles y Abby termina confrontando a una Ellie que, tal y cómo sucedió con la misma Abby días atrás, había perdido el juicio. Sufrimos, la desarrolladora americana nos pone en una situación que no queremos experimentar, pero esta termina solventándose con una aparente paz que no tardará en perecer.
Recomponiendo cada sentimiento destrozado
Ambas avanzan, Ellie vive junto a Dina y JJ y Abby busca con Lev un resquicio que les conduzca a toparse con los Luciérnagas. Pero Tommy, que encarna al jugador más enfurecido, irrumpe una vez más en la vida de Ellie con su sed insaciable de venganza. La convence, esta deja atrás su nueva vida y, sin sentido, sigue los pasos de una Abby que ya había enterrado esa historia. En estos momentos, Naughty Dog sigue jugando con nuestros sentimientos, llevándonos a revivir un enfrentamiento que, pese a contemplarlo desde la otra perspectiva, ya no queremos acometer. Débiles y melladas por una vida de dolor, Ellie y Abby luchan una última vez sabiendo que contaremos con un fatídico desenlace. Pero, en un atisbo de lucidez, la primera cesa en su empeño y, recuperando cierta cordura, decide pararlo todo. Aunque ya ha perdido todo. Y nosotros, como jugadores, ya no podemos sufrir más.
Hemos sido despojados de cualquier pequeño rastro de esperanza, contemplamos la crudeza de un mundo silencioso y vacío que ya solo alberga dolor. Pero, en una última secuencia magistral, observamos una conversación entre Ellie y Joel que cambia todo. Él ya no está, pero ambos hablan de comenzar de nuevo, de retomar ese viaje emocional que supuso el primer título. No sucederá, somos conscientes de por qué nunca tendrá lugar, pero empezamos a creer. Tras más de una veintena de horas y un inevitable descenso a lo más oscuro de la psique humana, The Last Of Us Parte II termina con esperanza ficticia, con un falso recuerdo que, lejos de dolernos, nos recompone y nos hace recuperar la inocencia. La perdimos tiempo atrás, y ya nada es igual, pero qué bien se vive sabiendo que «si Dios decidiera darme una segunda oportunidad, te aseguro que lo haría de nuevo».