Si algo destaca en las aventuras gráficas es esa facilidad a la hora de contarnos historias que derrochan originalidad y buen hacer por los cuatro costados. Puede que My Brother Rabbit no sea aquello que pudiéramos esperar de una aventura point and click al uso, sobre todo si nos amparamos en lo simplificado que está respecto a sus congéneres noventeros. Tampoco tenemos diálogos rimbombantes y ese humor desternillante que sí caracterizaba a las obras de la extinta LucasArts, pero sí una historia que aboga por el sentimiento. En otras palabras, una lucha contrarreloj contra la enfermedad y la adversidad como principales portaestandartes.
Porque lo que otrora era un matrimonio feliz con dos hijos en su haber, ahora es sufrimiento y una contienda constante cuyo fin último es buscar una cura para la pequeña de la casa. Así pues, la desolación y el pesar embargan a la familia, y eso incluye también al hermano. Si bien, y a tan temprana edad, la forma de sobrellevar situaciones como la que nos ocupa son tan distintas como la noche y el día. En este caso, el mundo de la imaginación toma el relevo, y en lugar de cargar sobre nuestros hombros el peso de estos problemas, es un conejo de peluche el que lucha por la salvación de la hermana; una clara representación de la parte fraternal en este plano mucho más colorido.
Lo mismo podríamos decir de la planta que nos acompaña a lo largo de este periplo, que adolece de los mismos síntomas, y que aquí haría las veces de la niña. Dos planos, uno físico y otro inmaterial, pero unidos bajo una misma causa. Al fin y al cabo, cada cual debe librar sus propias batallas con las herramientas de las que disponga.
La imaginación es una de las armas más poderosas de los niños, capaces de soñar con cosas agradables y así reforzar su creatividad. Es posible que, en muchas ocasiones, no sean conscientes de la diferencia entre la ficción y la realidad, pero sí que tienen la habilidad de exteriorizar todos esos problemas en un mundo cuyas reglas son las que él dictamina. Esta imaginería visual se traslada a My Brother Rabbit gracias a un mundo que ofrece colores brillantes y vivos, amén de esos animales que protagonizaban aquellos cuentos que nos contaban de pequeños. Un auténtico festival de fantasía que contrasta con la dura realidad en la que viven sus protagonistas.
Sea como fuere, en los mundos fantásticos también existen obstáculos. Porque de otra manera no habría un sentimiento de superación personal y tampoco le daría un sentido a la aventura. Unos obstáculos en forma de puzles, más o menos abstractos, cuya resolución pasa, en primer lugar, por examinar cada rincón del escenario. Una vez completada la exploración, es el momento de que la lógica se alce por encima de todas las cosas. El reto es creciente, que no exasperante, algo que hace bien este My Brother Rabbit a través de sus cinco capítulos, y en los que rara vez encontramos dos acertijos que sean iguales.
Puede que el destino de la hermana se decida en cuestión de horas, pero el juego se las ingenia para que la relajación acapare el mayor protagonismo posible. Y para relajación, la que nos ofrece Arkadiusz Reikowski, autor de obras como Observer o Layers of Fear. En My Brother Rabbit, por su parte, se apoya en una partitura prácticamente ambiental que casa con los distintos escenarios, recurriendo a melodías pausadas que aunque no destacan por su variedad, sí lo hacen por la calidad de las mismas, especialmente si nos atenemos a la parte vocal interpretada por Emi Evans (NieR:Automata). Quizá el doblaje ayude a potenciar la parte narrativa de una historia, pero la obra desarrollada por Artifex Mundi, exenta del mismo, se las ingenia para hacer lo propio a través de su música.
Los videojuegos son una de las tantas vías de escape de la realidad para aquellas personas que no quieren pensar en los problemas que tienen o bien para evitar muchos de los males que esconde la sociedad en la que vivimos. Es, a todas luces, el mejor refugio cuando todo lo demás ha caído en saco. Este My Brother Rabbit surge como la máxima representación y objeto central de estas cuestiones. Mas también es el ejemplo perfecto de cómo la imaginación, esa facultad de dar forma a la vida que deseamos, nuestras metas más anheladas, es capaz de infundir un halo de esperanza.