Animal Crossing

Las infinitas vidas paralelas

Un nuevo habitante llegó al pueblo. Venía con las manos vacías, sin nadie que le acompañase. Parecía que había dejado totalmente atrás su vida anterior, como buscando empezar de cero en un nuevo lugar. ¿De dónde venía? ¿Por qué decidió romper con todo? Y lo más importante: ¿se adaptará a sus nuevos vecinos?

En muchos juegos, controlamos a un protagonista solitario que va vagando por el mundo de un lugar a otro. Cada vez que llega a un pueblo, hace las compras necesarias, tal vez se pase por la posada un rato y es posible que se dedique a saludar a todos los habitantes, pero al final se va y se olvida de la existencia del lugar. Sin embargo hay juegos, como Stardew Valley o Animal Crossing, en los que se llega al pueblo para quedarse, para crear una nueva vida en ese lugar. Como jugadores llegamos a un terreno nuevo en el que estamos totalmente solos, rodeados de gente que no conocemos y con la tarea de construir un nuevo hogar empezando desde cero.

Con una casa vacía, o una granja abandonada, y sin conocer a nadie, lo más normal es que los primeros días nos encerremos para dedicarnos exclusivamente a convertirlas en lugares habitables. Acercarnos a otros habitantes es raro, como mucho visitamos la tienda y saludamos a gente que nos encontramos por el camino, poco más. Estamos encerrados en un mundo de soledad, de independencia, en el que reina la calma. Poco a poco, vamos levantando la cabeza y explorando los rincones de la aldea, pero siempre a nuestro propio ritmo. Quizás queramos acercarnos al resto de la gente y conocer un poco más sus vidas, descubrir sus rutinas, o tal vez no y prefiramos vivir con el mínimo contacto humano. Lo importante de estos juegos es que respetan el ritmo de cada persona y, aunque no hagamos nada, el resto de sus personajes están viviendo sus propias vidas.

Si decidimos conocerles, basta con salir de casa y darse una vuelta por el pueblo para saber qué están haciendo. Al principio serán unos desconocidos, pero poco a poco conoceremos sus rutinas y gustos, sabremos dónde encontrarles. Y, sin darnos cuenta, el ir a verles se habrá convertido también en parte de nuestra rutina, junto a los cuidados del hogar o la visita a la tienda para ver los productos nuevos. Aunque hay días en los que es posible que nos salgamos de lo habitual y hagamos las cosas en otro orden o visitemos lugares a los que rara vez vamos, quizás así descubramos cosas nuevas por una decisión que, en principio, no parecía tener relevancia alguna.

Hace poco, no sé por qué, decidí volver a casa por una ruta diferente a la habitual. A mitad camino comencé a escuchar los instrumentos típicos de los desfiles de por aquí, la dolçaina y el tabalet, algo que no me encajaba con la época en la que estábamos. Decidí cambiar mi ruta todavía más para ver el origen de la música y es así como descubrí una tradición desconocida para mí: un mercado cercano recibe el nombre de San Antonio, así que, celebrando el día de dicho santo, los vecinos llevan en procesión una figura suya hasta su interior. Más de dos décadas viviendo en mi ciudad, a diez minutos andando de dicho mercado, y no tenía idea alguna de la existencia de la tradición. Lo que más me marcó fue el hecho de descubrirlo por pura casualidad, por haber cambiado mi ruta sin motivo alguno; de haber hecho el mismo camino diez minutos antes o después tampoco lo hubiera visto. ¿Qué otras cosas podría descubrir por seguir otras rutas en otros momentos? Era como cuando estaba estudiando y se cancelaba la primera hora de clase: por salir de casa una hora más tarde, la gente que veía en la calle y el autobús era otra completamente distinta.

Esto me recordó a Night in the Woods, juego que tenía muy reciente. No solo me identificaba con los problemas de la protagonista, sino que al acabarlo descubrí que había cosas que me había perdido por la rutina jugable que había establecido sin darme cuenta. Cada día seguía el rito de dar los buenos días a la madre, visitar al señor que miraba las estrellas desde su tejado, saludar a la poetisa y acabar la jornada con la visita a alguno de los amigos que trabajan en las tiendas. Un día, de forma aleatoria, decidí saltar por las escaleras que llevaban a la iglesia, hasta ahora cerradas por obras, y resultó que ya estaban abiertas, ¿cuántos días estuvieron así sin darme cuenta? 

Hablando del juego con mi pareja, me comentó que había un bosque detrás de la iglesia en el que podías encontrarte con cierto personaje. Ahora bien, como me di cuenta tarde del camino abierto, nunca lo conocí y no hubiera sabido de su existencia de no ser por haberlo hablado con ella. También me enteré que podías quedar un día con Germ, el misterioso pájaro que a veces se acoplaba al grupo, pero no lo vi porque di por hecho que todos los días estaban disponibles las mismas opciones y esa ni tan siquiera existía. Además, en la ciudad había un pasaje subterráneo en el que se juntaban los jóvenes y solo pasé por ahí el primer día por lo que, visto lo visto, solo me queda preguntarme si me perdí también algo de ahí. Con la rutina que creé me aseguraba hacer a diario ciertas cosas pero, al mismo tiempo, esto jugó en detrimento de las que se quedaron fuera. Es posible que algunas de ellas se hubieran podido añadir a mi ritmo diario, sin embargo, hay ocasiones en las que esto no es posible, puesto que exigen salirse de dicha rutina.

Hay juegos en los que descubrir cosas nuevas no depende de saltarse una rutina, dado que no hay un ciclo diario a seguir, sino de salirse de la tónica habitual, sea en un juego con un mapa gigante, como The Legend of Zelda: Breath of the Wild, o uno pequeño, como Yakuza. Aunque Breath of the Wild esté centrado en explorar a lo grande Hyrule, siempre se puede escapar de ello para dedicar el tiempo a investigar los pequeños detalles que hacen de su mundo uno más vivo, como los perros que juegan con nosotros o todas las posibilidades del motor físico. O en Yakuza, Kazuma puede alejarse de vez en cuando de los asuntos del clan para dedicarse a dar vueltas por el barrio de Kamurocho. Al romper con esa dinámica puede descubrir lugares que habían pasado totalmente inadvertidos, puesto que en ningún momento la historia llevaba cerca de ellos, como el local de cochecitos de carreras o el bar de karaoke.

Un juego que muestra esto muy bien es Majora’s Mask. Ciudad Reloj está llena de gente, todas ellas con sus propias rutinas que se mueven independientemente de que Link se implique en ellas o no. Ir a los diferentes rincones de la ciudad en distintos momentos nos permite descubrir qué es de la vida de cada persona o las diferentes facetas de una misma ciudad, porque cada rincón muestra caras diferentes en función de las horas. Es como nuestra vida en las ciudades, con rincones que descubrir y personas que van cada una con su propio ritmo, lo cual provoca que la misma calle pueda mostrar aspectos totalmente distintos según la hora en la que la visitemos. O también como los MMORPG, con mundos llenos de vida en los que la gente viene y va, cada uno preocupado por sus tareas propias. Y, al igual que en la vida, se van reconociendo caras, o aquí diseños de personaje, porque día a día visitamos los mismos espacios a horas similares.

Pero ahora pensemos en algo similar aunque a primera vista no lo parezca, juegos con un modo online un tanto particular, escoged un título como Dark SoulsDemon’s Souls o Bloodborne, el que más os guste. Tienen lugar en mundos decadentes, prácticamente vacíos, en los que, salvo por NPCs puntuales con los que comercias, estás solo ante el peligro. Sabes que hay más personas jugando en esos mundos, pero lo que ves son los mensajes que dejan atrás advirtiendo del peligro o tendiendo trampas, fantasmas intangibles que caminan por el mundo o manchas de sangre que muestran repeticiones de sus muertes, en otras palabras, ecos de su paso por el mundo. El juego te dice que lo que ves son imágenes de gente que está viviendo en mundos idénticos pero paralelos, por lo que nunca se tocan con el tuyo. Y, aunque pueda parecer algo mágico y misterioso, no es tan distinto de lo que vivimos en nuestras ciudades, con gente que sabemos que está ahí, compartiendo un mapa, pero que viven en realidades que nunca se tocarán con la nuestra.

Yharnam, por decir uno de los escenarios de dichos juegos, está repleto de personas que se mueven de forma independiente, peleando con los enemigos que la vida les pone por delante o recolectando los ecos de sangre que les permiten avanzar, pero con las que nunca interactuaremos sino que veremos por la ciudad vagando como espectros. Es gracias a los objetos de invocación, campanas en este caso, que podemos invitarles a nuestra versión de Yharnam e interactuar; con esto ya no son fantasmas sino algo tangible para bien o para mal, es lo que hace posible que nos ayuden con los enemigos o simplemente nos invadan para hacernos daño. Quizás de ahí salga una amistad que nos apoye durante toda la aventura o puede que simplemente se colabore para enfrentarse a un enemigo puntual, del mismo modo que quien nos ayuda porque nos hemos desmayado en la calle.

Recuerda a lo que ocurre con Journey, con sus infinitos desiertos en los que nuestros compañeros de viaje vienen y van de forma anónima. Todos estamos en un viaje, aunque no lo veamos en pantalla, y en ocasiones coincidimos en una misma realidad para colaborar. O también a los mensajes que llenan la plaza y decoran los carteles de los niveles de Splatoon. Es muy probable que jamás vayamos a coincidir en una partida con las personas que los han dibujado, pero se dejan ver en nuestras vidas con los mensajes que han hecho y que aderezan nuestro propio mundo. Son como la gente que decide decorar sus terrazas con plantas, los que hacen grafitis o quienes pintan sus fachadas de forma llamativa; aportan algo más de vida y color al escenario que es la ciudad, aunque tampoco llegaremos a conocerles así que solo veremos su huella en el mundo.

Al final los mundos virtuales no son tan distintos de los reales. Tanto nuestro pueblo de Animal Crossing como una experiencia online, sea Dark Souls o un MMORPG, son sitios llenos de habitantes que, aunque comparten un lugar común, tienen vidas que la mayor parte del tiempo son paralelas y rara vez se tocan con la nuestra. Los ecos del resto de habitantes que escuchamos dependen de la rutina que seguimos, dado que nos delimita los sucesos que vemos en función del ritmo de vida que llevamos, moldeando nuestra percepción del mundo. El día que por alguna clase de motivo nos salgamos de lo habitual puede que descubramos alguna cosa nueva, por pequeña e insignificante que sea, cuando para el resto de voces de la ciudad era algo totalmente integrado en su día a día. O, quizás, se encuentre algo nuevo si mantenemos nuestro ritmo diario porque, al fin y al cabo, es posible que sean los otros quienes se salgan de lo habitual y aparezcan en nuestro camino. Los juegos online y nuestras ciudades son lugares repletos de voces, de muchas escucharemos ecos y solo con muy pocas llegaremos a hablar.