El videojuego es un medio que nos educa en su idioma. Es por esto que solemos intuir los controles de títulos a los que nunca hemos jugado. Recargar con la tecla R, movernos usando WASD, pasar por encima de botiquines para curarnos…este tipo de dogmas están ahí para que nos sea más fácil entrar a obras nuevas sin conocimiento previo de sus sistemas. ¿Pero qué pasa cuando queremos abordar un tipo juego diferente al resto? Tras tantos años jugando y siendo educados por los géneros del videojuego, ¿cómo se siente el entrar virgen a algo que busca ser único y completamente divorciado de las convenciones de esta industria? Gorogoa quiere que aprendamos su lenguaje.
Una cuadrícula de 2×2 será nuestra aula. Aquí tendremos todo lo necesario para pasar por una de las experiencias interactivas más originales que he tenido el placer de disfrutar. Nuestro objetivo consistirá en usar la perspectiva y las superposiciones de planos para modificar la propia realidad observable dentro de cada uno de los cuatro paneles presentes ante nosotros. La diferencia entre una escena u otra puede radicar en hacer zoom y cambiar el orden de los cuadrantes, o quizás tengamos que aprovechar las transparencias de una tarjeta para completar una vista concreta. La propuesta es sobria y, a priori, poco complicada, pero sirve para convertir un viaje que tiene mucho de alegórico en algo más directo y con pocos trámites asociados. Siendo nuestro espacio de juego tan limitado, tendremos que estar completamente pendientes de todo lo que se nos presente, pensar cómo encajarlo y crear escenas que nos abran paso dentro de la lógica del juego, teniendo siempre presentes todos sus componentes. El título no es especialmente difícil, pero su planteamiento único le dota de una curva de dificultad casi didáctica. El idioma de las perspectivas que Gorogoa maneja es uno que solo se puede aprender de una manera: dejándose llevar por lo que nos enseña el título y haciendo mucho caso a las pequeñas pistas que están ante nosotros. Porque Gorogoa, ante todo, es una obra sutil y suave.
Si bien la fórmula de este juego ya es suficientemente atractiva como para llamar la atención de muchos, no estamos ante un caso de estilo por encima de sustancia. El planteamiento argumental de Gorogoa nace de un joven en una misión única. Este chico quiere conocer a un dios y para ello deberá conseguir 5 orbes de misterioso origen. Una premisa simple, pero a la vez compleja, dará lugar a un viaje por temas de espiritualismo y lo religioso. En esta aventura sobre la comunión con un Dios se ve un paralelismo con intentar encontrar algo que forma parte de nuestro mundo y nuestras vidas: el conocimiento. Para ilustrar un tema tan impalpable y puro, el creador de esta pieza interactiva optó por presentarnos un mundo tan sosegado como abstracto y elevado, algo que podría perfectamente haber salido de un filme de Sergei Parajanov, pues no tiene nada que ver con el realismo y se lo podría tildar de poesía alegórica visual ¿El objetivo de esta estética? Reforzar la idea de que el viaje que estamos presenciando se sale de lo que conocemos como mundo físico y darnos a entender que estamos ante sucesos etéreos más allá del plano material. Nos encontramos ante una introspección sin diálogos, una odisea pausada e imperturbable por la dimensión interna de una persona. Es un paseo por lo íntimo en pos de llegar a descubrir algo mayor.
A todo esto hay que añadir una cosa, y es la importancia que tiene el estilo artístico del título en las sensaciones que este nos vaya a conferir. El juego se basa mucho en su imaginería para representar el ámbito espiritual y religioso de su contexto. Lo sobrio y pulcro de su arte no solo sirve para potenciarla, sino que añaden varias capas de sensaciones a una obra muy visual. Y es que la separación de realidades de Gorogoa también entra por los ojos, creando un ambiente que de verdad se siente impalpable y alegórico, además de tranquilo y cautivador.
Siempre he sido partidario de considerar a los videojuegos arte, pues son una forma de expresión muy efectiva a la hora de comunicarse con sus usuarios —y más cuando se habla del juego de autor, como es el caso—, pero Gorogoa no solo es un ente artístico por el hecho de ser parte de este medio, sino que además quiere usar su lenguaje para que conectemos a niveles más profundos con la obra, convirtiéndose en un lugar a revisitar. Si bien su rejugabilidad típica es prácticamente nula, no volveremos a él para afrontar sus acertijos de una manera distinta, sino para seguir buscando en lo enmarañado de su ser. Y del nuestro.