Entiérrame mi amor
Fuente: ICO

Entiérrame, mi amor y el costumbrismo como necesidad

En septiembre de 2015 y las semanas inmediatamente posteriores, el conflicto sirio y la crisis de sus refugiados ocuparon la primera plana de la prensa global. Un protagonismo mediático que caló en los ciudadanos europeos y provocó reacciones aperturistas en las instituciones del viejo continente. Como suele ocurrir con todos los temas que salen a la palestra de las sociedades occidentales, el interés solo se capta a través del impacto. En este caso, la imagen del pequeño Aylan desfallecido en una playa de Turquía y los cientos de cuerpos que yacían inertes en las playas de Lesbos.

Pero los medios nos tienen demasiado acostumbrados al shock, y una vez el público desarrolló tolerancia por instantáneas que fotografiaban el horror y las cifras de muertes que llegaban cada día, Siria y sus gentes perdieron relevancia, dando paso al interés propio y la xenofobia cada vez que surgía el debate sobre acoger a personas que estaban perdiendo la vida en el Mediterráneo o entre fronteras terrestres. El “REFUGEES WELCOME” se quedó en lo que siempre fue, un eslogan.

Entiérrame, mi amor (The Pixel Hunt, 2017) aparece cuando a este lado del mundo la mayoría de la gente se ha olvidado de Siria, aunque sus problemas aún estén lejos de disuadirse. Pero el juego, que tiene como objetivo ser una obra global, se sitúa en aquel fatídico 2015 en el que Alepo se convirtió en el centro del mundo porque su miseria no podían sostenerla las fronteras.

Nour, la protagonista, es una joven médico de la ciudad de Homs que decide que su futuro se encuentra en Alemania después de que el conflicto le haya arrebatado a toda su familia. El juego trata de alejarse del foco de la guerra y del conflicto porque eso es justo lo que intenta un refugiado: huir. Tanto la aparición del Estado Islámico como la de rebeldes es recibida con miedo, pues significan que la vida deja de estar en las manos de uno mismo para ser decisión de otros. Fuera sensacionalismo, fuera propaganda y lo que quedan son las personas y su resiliencia.

Fuente: ICO

Pero Entiérrame, mi amor no solo se aleja del conflicto, sino también de la acción que narra, pues el jugador en realidad no controla a Nour de manera directa, sino que toda la obra es una conversación de Whatsapp en la que tomamos el papel de Majd, el novio de la protagonista que se ha quedado en Homs cuidando de la tienda familiar. El juego en sí es una conversación de Whatsapp entre ambos protagonistas. Usualmente, las obras costumbristas se acercan a lo cotidiano porque entienden que para hablar de lo universal no es necesario dejar atrás lo mundano. Y hay pocas cosas más cotidianas en nuestros días que estar pasando por una situación que escapa completamente de nuestras manos porque la estamos viviendo a través de una pantalla. Entiérrame, mi amor derriba fronteras para proyectarse al mundo entero simplemente a través de cómo nos obliga a tomar parte en la(s) historia(s) que quiere contar.

No solo vive de su enfoque, sino de su tono y de las narrativas que decide enfatizar. Obviamente Nour vive altibajos y penurias durante su travesía, pero el juego prefiere no enfangarse en ellas. Muestra de ello es uno de los recursos que más utiliza: las fotografías. Majd nunca recibe imágenes cuando la situación es crítica, sino en ratos muertos o cuando lo peor ha pasado y el cielo escampa. La protagonista no decide fotografiar las revueltas de las calles de Alepo provocadas por las bombas, sino que prefiere compartir una foto de la niña a cuya madre ha ayudado a salvar. No muestra el sufrimiento de vagar por las montañas alpinas que marcan la frontera italo-francesa, es mejor amanecer con el primer plano de una cabra en la pequeña granja en la que ha conseguido refugio. Nour no mira a la inmundicia de los campos de refugiados, sino que hace un plano general para definirlos como un limbo en el que el tiempo parece haberse estancado.

Fuente: @BMMLgame vía Twitter

Parece que elige siempre el camino contrario al que elegiría un reportero para subrayar una obviedad de la que a veces nos olvidamos. Los refugiados son personas completamente normales que deciden huir con la esperanza de que su vida deje de pender de un hilo. Algo que, lamentablemente, es necesario poner en valor. Ahora bien, aunque el planteamiento y el tono de Entiérrame, mi amor me parezcan muy certeros la empatía que logra generar se diluye con ciertas decisiones de diseño. El juego se esfuerza en retratar a Nour como una persona real a través de su forma de vivir las situaciones, quitándole hierro al asunto con bromas que además se sienten como un lenguaje propio entre ella y Majd y que empujan al jugador a querer formar parte de esas dinámicas que son personales y universales al tiempo.

Por eso me sorprende que a la hora de la verdad, sea el jugador el que tome las decisiones importantes desde la distancia entre Homs y donde quiera que esté ella. La protagonista pierde poder en beneficio de que el jugador sienta las consecuencias de sus acciones como éxitos y fracasos propios, que tenga un peso más tangible en lo que le ocurre a la otra persona. Lo cual choca de manera evidente con lo que se trata de comunicar.

El resultado es la convivencia de dos relatos muy distintos. Uno en el que Nour rebosa humanidad y encarnamos el papel de un Majd que hace lo que puede por ayudar a su prometida y mantener su moral estable; y otro en el que Nour se convierte en una marioneta a la espera de que el jugador decida cómo debería enfrentarse a situaciones límite como dejar atrás a una madre y su hija para sobrevivir. Habiendo completado tres rutas diferentes -las decisiones se ramifican alterando el camino y destino finales de la protagonista- hay dos momentos que impactan justo por dar un vuelco a esta estructura.

Uno se produce durante una discusión en la cual Nour le dice a Majd que, aunque no lo mencione, son pocos los días en los que no se sienta acosada por hombres que intentan aprovecharse de ella o que simplemente la denigran por su condición como mujer y extranjera. El juego nos recuerda que nosotros solo vivimos la historia de Nour de forma figurada. Que la única que realmente está huyendo continuamente hacia delante es ella pese a darnos poder de decisión. El otro momento sucede cuando la protagonista se decide a cruzar la frontera serbo-croata y envía a Majd un mapa que tiene partes coloreadas que simbolizan la ausencia de controles fronterizos. La primera alegría del prometido es sustituida por su preocupación unas horas después. Las zonas coloreadas señalaban campos de minas. Algo que Nour ya conocía y que había omitido a propósito. Pese a que Majd le prohíbe rotundamente cruzarlos, ella hace oídos sordos y una vez está en Croacia se jacta de él.

Estos dos puntos donde se nos arrebata completamente el control de la situación o somos conscientes de nuestra posición se descubren como los más potentes de una historia que, aunque no camine sobre raíles, normalmente no obliga al jugador a sacar los pies del tiesto.

Un problema menor, pero que también resta naturalidad, es la gestión de la incertidumbre. Cada vez que hay un pequeño parón en la conversación, aparece un fundido a negro en el que vemos avanzar un reloj que se utiliza tanto para avanzar un minuto como para hacerlo días enteros. Así, desaparecen sucesos comunes como mirar el móvil continuamente o sentir una incertidumbre y preocupación total por la situación de la otra persona. Mientras Nour cruza esos campos de minas durante una noche entera que a Majd debió parecerle una eternidad, a nosotros se nos pasa en apenas cinco segundos.

La mayoría del tiempo Entiérrame, mi amor falla en su objetivo de generar mayor implicación emocional en el público occidental hacia personas implicadas en este tipo de situaciones límite. La empatía que despierta se ve diluida en cómo la obra encara los momentos de toma de decisión, convirtiendo a un personaje creíble e independiente en un avatar que opera siempre de la mano del jugador.

Sin embargo, aunque defectuoso, el juego tiene valor como representante de una forma de hacer las cosas que, aunque parezca haber perdido vigencia, se antoja necesaria en el panorama actual. Sobre todo en occidente. Nuestra cultura tiende a reaccionar a su entorno y lo que sucede en él de forma cada vez más visceral y efímera. Visceral porque nace de las emociones más primarias -odio o devoción- y porque cada opinión rara vez busca construir debate sino mellar el discurso opuesto. Y efímera porque cada juicio emitido pretende ser inmediato, definitorio y dogmático. Juzgamos rápido, fagocitamos un tema de debate en 280 caracteres y vamos a por el siguiente, dando como resultado monólogos vacíos y caducos en el corto plazo. Pero da igual, porque a la semana siguiente tendremos otra opinión igual de válida y poco meditada. Actitudes acrecentadas por el narcisismo y superficialidad que proyectan la TV y sus realitys o Hollywood y su espectáculo. Dos gigantes sobre los que reposa nuestra visión del mundo.

El contexto demanda enfrentarse de forma más comedida a las diversas realidades que nos rodean. Conocer antes de juzgar. Entiérrame, mi amor tropieza, pero sus puntos álgidos tienen un gran valor: generar empatía por problemas ajenos y que sentimos como distantes. Y lo hace con algo tan universal hoy en día como una conversación de Whatsapp con un ser querido que lo está pasando mal. Desde que Instagram ha sustituido al arte a la hora de mostrar la rutina y la costumbre, veo una necesidad imperiosa que la cultura encuentre nuevos caminos para acercarse a la vida real de las personas.  Y un juego así se siente como agua en el desierto. 

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