La figura del escritor Howard Phillips Lovecraft ha sobrevolado la imaginería colectiva desde su nacimiento como autor hasta el culto que se le profesa en el presente. Figura controvertida y diluida a partes iguales, el escritor parece acaparar las eternas miradas de los colectivos que sueñan con sus criaturas y las emulan a pesar de los siglos que separan su creación del arrebato artístico que las remueve, una vez más, de su tumba. En El Soñador de Providence. El legado literario de H.P. Lovecraft y su presencia en los videojuegos de Carlos G. Gurpegui (Héroes de Papel) no hallaremos la invocación que atraiga esos horrores a nuestro mundo, sino un billete hacia el corazón del terror cósmico del autor y sus criaturas.
Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Sevilla y con un máster en Estudios Narrativos de las Artes Visuales por la Rey Juan Carlos, Carlos G. Gurpegui ostenta dos honores indiscutibles: su veteranía en el campo del videojuego y su pasión por H.P. Lovecraft y el género que inauguró el autor de Providence. No es casual, pues, que ambos destaquen entre las páginas de la obra y colaboren en la proeza de aleccionar al lector. Sin ese toque de atención, con el que G. Gurpegui revela la perversa intención oculta de El Soñador de Providence, es imposible caminar con paso firme y la cabeza despejada hacia una autonomía que se pondrá a prueba al final del libro:
No pretende ser esta la obra definitiva sobre la vida de Lovecraft, sino convertirse en un conducto para la reflexión, una suerte de diálogo a tres bandas buscando siempre hacer que el lector se replantee su propia imagen del autor, de su obra y de su influencia posterior en los medios de manera natural. (GURPEGUI, Carlos. El Soñador de Providence).
¿Quién fue realmente H.P. Lovecraft? ¿Cómo nos ha llegado su obra? ¿Qué podemos definir como “lovecraftiano”? El lector novel o experto se maravillará al hallar en las páginas iniciales del libro un minucioso estudio de la figura, del mito y de la producción literaria que encumbró al padre de Cthulhu. No obstante, una lectura concienzuda del estudio de G. Gurpegui manifestará una suerte de interrogantes después de los preliminares, haciendo de El Soñador de Providence una deliciosa crítica interna. Sacudirnos la leyenda para evocar a al verdadero escritor, a aquel que, a fin de cuentas, trasladó sus inquietudes y pasiones al papel, establece la difusa línea entre la verdadera naturaleza de sus piezas magistrales y una ensoñación fantástica.
Solventando la primera tentativa, como quien se sabe arrojado a una verdad insondable, G. Gurpegui pronto nos trasladará al epicentro del torbellino, que es nada más y nada menos que varios capítulos dedicados a la singular literatura de H.P. Lovecraft. Aguardan, en esta sección, toda una serie de detalles que sitúan y establecen los paralelismos entre las experiencias del autor, sus aficiones e intereses, los referentes a los que admiró desde su juventud y la configuración completa de su producción. No se omiten ni se mantienen a raya los condicionantes que generaron relatos alejados del prototipo, ni se tapan con disimula sus tanteos con otros autores o géneros. Ése, quizás, es el mayor tesoro que aguarda El Soñador de Providence.
G. Gurpegui no se contenta con exponer quién fue Lovecraft y cuáles sus emblemáticas obras, como si de una biografía se tratase. Va más allá en su recorrido literario y desempolva cada rincón de la biblioteca heredada con el afán del sincero interés, respecto y cariño por el autor. Algo que se transmite al lector, quien, impelido por el enigma y la tentación, va tras los ecos y los suspiros, las huellas y los relatos, las poesías y las cartas que el escritor de Providence engendró en vida. Tras ellas, cómo no, se tropieza uno con la bastedad de una figura que amó la literatura y se despojó de sí mismo en ella. Es en las palabras, al margen de cualquiera que fuese el formato en que las plasmó donde encontramos el retrato más verídico de H.P. Lovecraft:
Acercarse, aunque sea de manera tan superficial como hemos hecho aquí, al pensamiento filosófico de Lovecraft ayuda a comprender en profundidad su visión cósmica dentro de su literatura y nos permite ver de qué manera esta visión se ha ido modificando con el paso del tiempo y tras la influencia de otros autores hasta modificar por completo la visión generalizada del trabajo de Lovecraft. (GURPEGUI, Carlos. El Soñador de Providence).
Es entonces cuando la venda cae. Ya no somos ciegos que simplemente han rastreado el mito o la leyenda, somos seres conscientes del calado que anida en la literatura del autor de Providence. Atravesamos la barrera del conocimiento para analizar el emplazamiento de esa sustancia en nuestra sociedad. Pero también de la inherencia, o el alma, legada y de la cual, sea por su presencia o ausencia, el ocio ha tratado de moldearla y aplicarla al vasto mundo de los juegos. Gracias a ellos, sin embargo, generaciones enteras conocerían la magnificencia de H.P. Lovecraft, sus libros prohibidos y la certeza de ser solo un eslabón insignificante a merced de criaturas soberbias. El horror cósmico acondicionado y ajustado, pero jamás exánime, que no deja de ser una reiteración persistente:
Sin embargo, es más interesante reflexionar alrededor de la manera en que haya podido influir el autor de Providence en los videojuegos. Esto nos lleva a pensar en títulos más allá de él y, sobre todo, más allá de las simples y planas, sobre el papel, adaptaciones de sus relatos.
Llegar hasta aquí, al apartado directamente relacionado con los videojuegos, ha supuesto una intrincada y espinosa ruta. Pero sin ella, sin la literatura, la biografía y las influencias expuestas páginas antes por G. Gurpegui, sería imposible haber ejercitado la mirada necesaria para formarse una valoración personal y un sesgo bajo el que analizar las adaptaciones de Lovecraft. Ni son iguales en su naturaleza, ni en su nivel de su trabajo y filosofía presente, por lo que el autor continua arrojando al lector y en voz alta dilemas, especulaciones y cavilaciones hasta que el mismo espectador construya su criterio en el imperecedero debate de a qué ejemplos de los juegos de mesa, de rol y videojuegos podemos denominar como “lovecraftianos” y a cuáles no.
Si bien es cierto que G. Gurpegui expone, al final, títulos que pueden seguir la línea, no son ni mucho menos una selección definitiva sobre la que basar una pauta acérrima. Cumplen la función de hacer reflexionar al lector y revelar, ocultas en una bella encuadernación gótica como si se tratase de un viejo volumen de la biblioteca personal de H.P. Lovecraft, la experiencia reunida después de empaparse de El Soñador de Providence. A saber, contienen un poder evocador contra el que es casi imposible resistirse. Y es que, incalculable por su esmero en no ser el típico libro ambientado en el universo de H.P. Lovecraft, la obra de Carlos G. Gurpegui despierta los sentidos y provoca la reacción intelectual y emocional de cualquier lector que experimente atracción y consternación ante la mención del ilustre padre del horror cósmico.
Que no está muerto lo que puede yacer eternamente.
H.P. Lovecraft