Candleman

Siendo la luz en Candleman: The Complete Journey

Nuestra vida tal y como la conocemos no sería posible en plena oscuridad. A menudo nos olvidamos, pero uno de los pilares fundamentales para poder entender el mundo de la forma en que lo hacemos es la luz. Si ella se perdiera, ¿no estaríamos todos perdidos? La propuesta de Spotlightor Interactive, un equipo de desarrollo procedente de Beijing, es la de una pequeña vela que comienza a preguntarse cuál es su razón de ser. Desde el interior de un barco, y en pleno dilema shakesperiano, comienza una aventura de tinte clásico y minimalista con mucho que decir. Su estreno fue exclusivo para Xbox One, allá por principios de 2017. Un año después, ha aterrizado en PC, con una inminente llegada a los sistemas iOS, PlayStation 4 y Nintendo Switch.

Las únicas mecánicas que el sistema de juego nos otorga, aparte de movernos, son saltar y encendernos. Nos derretiremos si estamos más de diez segundos con la llama encendida, es nuestro deber gestionar ese tiempo y ya os adelanto que querréis administrarlo bien. Es un juego parco en palabras, únicamente una narradora explicará lo que pasa por la mente de nuestro avatar. Si bien su narrativa argumental explícita es escueta y no pretende ir más allá, es en la interacción con el jugador donde sí se explaya sin pudor. Lo que a priori pueden parecer unas opciones jugables mínimas, acaban convirtiéndose en toda una amplia gama de acciones y mecánicas que nacen de la sinergia entre personaje, escenario y algún enemigo que otro.

Candleman consta de más de una decena de niveles, a su vez divididos en pequeñas fases de muy corta duración. Como nota positiva y de rigor a pie de página, el título que actualmente tenemos y tendremos entre manos es una versión ampliada con respecto a la original, con tres fases más integradas de forma natural, que cierran la historia de manera mucho más satisfactoria. Su dificultad es equilibrada en todo momento y posee dos capas a saber: exige la atención del jugador si quiere avanzar, pues pronto se dará cuenta de que no es cuestión de caminar sorteando obstáculos; y en cada una de esas pequeñas fases, habrá un número de velas repartidas por el mapa, podemos consultar en el menú de pausa cuántas hay y cuántas quedan por encontrar, y de nosotros dependerá si las dejamos por el camino o decidimos encenderlas todas con nuestra mecha. ¿La recompensa de esto último? Cada fase guarda un subtítulo que da sentido a su título previo. Como decíamos, saltar e iluminar no es un buen resumen de lo que haremos durante nuestro periplo. El fuego es clave para hacer reaccionar partes del escenario, las sombras que creamos con nuestra propia luz pueden llegar a ser vitales, así como nuestro propio peso o estar atentos a los juegos de espejos, las perspectivas y otros trucos casi mágicos que nos esperan.

Poner en tela de juicio su apartado técnico, a todos los niveles, es enfrentarse a una conjugación consistente por todos sus flancos. A nivel gráfico es lo suficientemente hábil como para sacar provecho a su iluminación y su buen gusto por la composición de elementos en pantalla. Sin una banda sonora que cobre protagonismo en casi ningún momento, lo cierto es que sí sabe moverse desde la tensión hasta lo onírico, sin destacar para mal en nota alguna. El control, lejos de ser a prueba de balas, mantiene una respuesta y precisión acorde a los retos que propone.

No estamos ante una propuesta revolucionaria en sí misma, ya que su esqueleto y arquitectura son los de un plataformas tradicional, por muy atractivo que resulte el diseño de determinados niveles, o la sensación constante de juego, en el sentido más tradicional, que rodea a cada nueva mecánica que descubrimos. En realidad, caminamos en todo momento por un sendero predefinido con ideas que difícilmente pueden evolucionar más allá, pero que mientras duran, despiertan la imaginación del jugador como pocas veces ocurre en títulos similares. Funciona bajo la gratificación del “¡eureka!”, que aflora una y otra vez a medida que entendemos lo que antes nos parecía incomprensible. Una gratificación que viene dada de forma regular, en pequeñas dosis, y que se deja de lado en un par de momentos para hacer fluir otro tipo de emociones.

Cuando el ingenio pasa a un segundo plano, se abre la veda para la épica y lo espiritual. El valor del pequeño héroe frente a su gigantesca empresa, junto a la serenidad del David que ya no necesita a Goliat. Llegamos a ser ese infante inocente que quiere ser tan alto como la luna, navegando en un viaje alucinante de Asimov, con el ímpetu aventurero de Julio Verne. Al mezclarse el planteamiento de los niveles con el diseño artístico, desde la paleta de colores a la iluminación, la composición de cada escena, es cuando la aventura, la épica y los sentimientos más inesperados salen a la luz. El equipo de Beijing tiene momentos de lucidez donde son capaces de generar mucho con muy poco, lo que deja unos destellos que seguramente en el futuro florezcan, en otros desarrollos posteriores, dando más y mejores momentos. A día de hoy, Candleman es una experiencia que merece la pena para todo amante de los puzles integrados en plataformas, pero también para quien quiera ponerse en la piel, durante un par de tardes, de una vela que un día decidió ser algo más, venciendo a sus miedos y brindándonos la oportunidad de brillar junto a ella, aunque sea por unos segundos.